5.25.2011


María José y su obra; implica intrincarse en un horizonte lejano, sucumbir al vértigo de poner entre paréntesis las contingencias contextuales y perderse desconociendo las múltiples rutas que ofrece la cultura, pero tropezando continuamente con símbolos que remiten irremediablemente a ella; pero no en el orden en que se esmera la cultura (o sus miembros) en imponer, sino en el orden antojadizo de la autora; que puede llegar incluso al alarde inconsciente de un aparente desenfado valórico. Con esto quiero decir que María José te tiende una trampa, te arroja a un mundo sin pautas, sutil; donde no queda más que situarse ante uno mismo. En otras palabras, al contemplar su obra, estás invitado a participar de un viaje que implica soledad. No hay una intención (al menos evidente) de hurgar en el angar del inconsciente, colmado de material en desorden. Y este arsenal oculto, se manifiesta, se esparce lleno de contradicciones y sinsentidos o con sentidos, en toda su obra. También su mirada transmuta desde el lienzo al vestuario, en un juego donde el fin es el juego, donde los objetos se le ofrecen en sacrificio, para dejar de ser y reencarnar en obra. María José oficia de médium, o más bien de alquimista en un mundo en que el azar del encuentro se define en forma y en el objeto se despierta el alma.
marcial arredondo

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